La brecha arancelaria y una danza del malestar

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La brecha arancelaria y una danza del malestar
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Harrison Baer

El 2 de abril, el presidente Trump reveló al mundo su amplio paquete de aranceles, denominado "Día de la Liberación". Desde la promesa, meses atrás, de imponer fuertes impuestos, han surgido dos corrientes de pensamiento prominentes sobre sus implicaciones. Una predice un desastre económico donde las barreras comerciales catalizan la inflación, y la más perversa estanflación. La otra la defiende como un resurgimiento económico. El plan ha causado una conmoción radical tanto dentro como fuera de Estados Unidos.

Un país que se espera reciba una fuerte carga es nuestro vecino del sur, México. Al enterarme de la noticia, una punzada de tristeza me atravesó el corazón. Me vino a la mente la imagen de la Salsa al Atardecer del verano pasado, donde la cultura latina trajo sonrisas cálidas y frentes sudorosas. Camperdown albergaba una comunidad diversa, libre de fronteras y política. ¿Podría la política interferir con el vínculo entre extranjeros y estadounidenses?

Un recuerdo en particular del verano pasado se me quedó grabado en la mente. Estaba sentado en un banco de madera, con el iPhone en la mano, filmando la fiesta. En medio de la toma, fruncí el ceño con asombro y una amplia sonrisa pícara se dibujó en mi rostro al ver a un hombre blanco de mediana edad intentando bailar salsa. Con los brazos extendidos hacia los lados y los puños apretados, parecía una animadora de instituto apretando sus pompones. Y abajo, su juego de pies era como el de un mono deslizándose sobre patines. No se equivoquen, fue una actuación de salsa desastrosa.

Como el joven inmaduro que soy, estallé en histeria, con lágrimas corriendo por mi rostro. Agachado en el banco, me cubrí la crisis con la mano. La hiperventilación infantil debió durar dos minutos.

Solo después de realizar un ejercicio de respiración de los Navy Seals pude levantarme para seguir grabando. Al recuperar la compostura, volví a ver al hombre y me reí brevemente. Esperaba una vergüenza ajena, pero en cambio, me sobresaltó una cruda realidad. Esta era la belleza de Salsa at Sunset. Sí, era visualmente espantoso, pero lo que se mostraba no era una tragedia. No era una mancha para el baile latino. ¡Era la más poderosa aceptación de la cultura extranjera que jamás haya visto!

La expresión del hombre fue lo que me delató: una de evidente incomodidad. Tenía las mejillas sonrosadas y una cara que murmuraba "¡Uy! ¡Rayos! ¡Rayos! ¡Ay, ay! ¡Ay!". Cada paso que daba era cuestionado y torpe. Sin embargo, a pesar de la vergüenza, seguía bailando. ¡No podía parar! Rodeado de cientos de desconocidos, con al menos diez personas mirándolo, hacía lo que podía. Verlo correr por ahí se volvió gratificante. Solo quería aprender a bailar como un latinoamericano.

Entonces, dos mujeres hispanas se acercaron y comenzaron a animarlo. Aplaudieron y bailaron a su lado. El hombre sonrió y continuó su lucha, pero recuperó la confianza. Poco a poco, sus movimientos mejoraron a medida que se relajaba y dejaba que la presión se disipara. Estaba celebrando su cultura, y las mujeres lo animaban y lo alegraban. Fue simplemente hermoso.

Lo que más perdura de ese momento no son las risas ni los cómicos tropiezos del hombre. Es la revelación de que incluso en tiempos de división, la empatía puede persistir. Los aranceles del "Día de la Liberación", impregnados de rencor político, amenazan con reducir a vecinos a adversarios. Sin embargo, en esa sudorosa tarde de verano, un hombre que podría haber votado a favor de esos mismos aranceles celebró la cultura latina con una mujer latina. La política divide, pero la cultura trasciende.

Al principio, esa noche, fracasé. Mi risa no se debía solo a sus extremidades agitadas; era una forma de desestimar a alguien que parecía fuera de lugar. Pero la verdad y la naturaleza de sus esfuerzos eran mucho más profundas. Su torpeza no era una burla; era un intento genuino de aprender un baile extranjero. Honraba su cultura con sinceridad. Las mujeres lo comprendieron y lo aceptaron con compasión.

Los aranceles se aprobarán o se desplomarán. Pero la lección de aquella noche perdura: antes de ser republicanos o demócratas, contribuyentes o partidarios del libre comercio, somos personas que queremos llevarnos bien. Y esto solo es posible si tenemos la dignidad de aceptar la incomodidad.

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